2020
Año Internacional de la Enfermería
Año Internacional de la Sanidad Vegetal
Por Juan Silvio Melamed para Arte y Cultura
28 de abril del 2020
El aviso había aparecido en la edición dominical del único diario de Rojas. Esta localidad está situada en el noroeste de la Provincia de Buenos Aires, zona de tierras ubérrimas para el desarrollo de la agricultura y la ganadería.
Se convocaba para el miércoles de la semana entrante, a personas jubiladas de entre sesenta y cinco y setenta años, para una tarea especial.
En la Sociedad de Fomento, lugar de la cita, se presentaron un centenar de sexagenarios, algunos solos, otros acompañados de algún familiar para protegerlos de un posible engaño.
Un representante de una empresa farmacéutica holandesa les explicó, en español, en qué consistía la tarea. A las diez personas que serían elegidas les entregarían un recipiente plástico, numerado, de un kilogramo de capacidad.
Le asignarían, a cada uno, una determinada zona, en el ámbito rural, en las afueras de la ciudad. Tendrían que recolectar todo tipo de material: residuos, hojas, flores, frutos y cualquier otro objeto que apareciera al azar, hasta completar el envase. El tiempo estipulado sería de cuarenta y ocho horas. La remuneración estaba establecida en quinientos dólares, lo que representaba para los pasivos como un sueldo promedio extra, de lo que cobraban del Estado.
Cuando un familiar preguntó para que se hacía este operativo, el holandés contestó que ni él conocía el motivo y pedía a los presentes la mayor discreción.
El representante partió el domingo siguiente rumbo a Amsterdam, en la primera clase de un Boing de KLM, llevando la carga de las muestras, debidamente embaladas, en la bodega del avión.
En la reunión del Directorio de Neederland Chemistry Company, el representante se enteró del motivo de la misión que le encomendaron. La empresa tenía como objetivo conseguir un fármaco que actuara sobre la depresión y que tuviera mínimos efectos secundarios.
Esta farmacéutica contaba ya en el mercado con tres medicamentos para combatir esa patología, pero los efectos adversos de los mismos eran tan severos que constituían verdaderos venenos para los pacientes.
En un estudio orbital sobre las poblaciones con muy baja cantidad de enfermos depresivos, concluyeron que en Rojas y sus alrededores se daba, notablemente, esa condición.
Había una curiosa excepción: el famoso escritor Ernesto Sábato, oriundo de esa ciudad, había transcurrido gran parte de su vida acompañado por una importante depresión. Un miembro del Directorio recordó que había leído El túnel, la premiada novela de Sábato, en traducción inglesa.
La empresa contaba con un complejo de fabricación e investigación en la portuaria ciudad de Rotterdam. Las muestras contenidas en las cajas fueron, primero, minuciosamente clasificadas, identificadas y numeradas. Entonces comenzó la etapa investigativa, teniendo como meta el obtener una nueva droga.
En el equipo había biólogos moleculares, bioquímicos y también un premio Nobel de medicina. Para las pruebas en vivo utilizaron ratas albinas a las que primero extrajeron, con un método específico, la serotonina de sus cerebros y los animalitos caían en depresión. Luego les inyectaban los cientos de sustancias que habían obtenido por maceración y purificación de las muestras.
Transcurría el tiempo y no se registraban resultados exitosos, hasta que experimentaron con una muestra que llevaba el número noventa y tres y que agrupaba a un mismo elemento: las boñigas, es decir los excrementos del ganado vacuno y equino.
El preparado que se conseguía, una vez inyectado, no sólo sacaba al roedor de la depresión, también le provocaba un estado de euforia llamativo.
Se pasó a la etapa de prueba en humanos para la que se convocó a voluntarios que reunían condiciones de sexo, edad y etnias variadas. Se concluyó que el fin perseguido se había conseguido exitosamente: la nueva sustancia podía aplicarse a pacientes con patologías de origen mental que les provocaban depresión, mejorarían notablemente en un corto lapso de tiempo y no experimentarían prácticamente ningún efecto adverso.
Uno de los investigadores viajó a la capital, a la sede de una subsidiaria de la empresa, la Neederland Brain Chemical, con los protocolos de la investigación, en secreto y debidamente custodiado.
El Presidente de la firma, Heinrich Leven convocó a los miembros del Directorio para imponerles la novedad y debatir lo que harían con tan valioso hallazgo.
Las mociones eran: lanzarlo al mercado inmediatamente o guardar los protocolos en la caja de seguridad de un banco en Ginebra, y en el futuro cuando alguna situación lo ameritaba, hacer uso de esta opción. Los presentes votaron por mayoría a favor de esta última alternativa.
Uno de los miembros que se opuso pidió la palabra y dijo que, si elaboraban el producto inmediatamente favorecerían a millones de enfermos depresivos. Le contestó un partidario de que se difiriera el lanzamiento, ya que como siempre se había hecho, primaban las razones económicas y, entonces primero debían amortizar, sacar el mayor provecho de las tres patentes con las que ya contaban.
Un murmullo de aprobación, de íntima satisfacción recorrió la sala…
Enviado el 28 de abril del 2020
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